Salvarte dentro

 

 

 

 

 

 

La mirada de nuestros padres durante la primera infancia actúa como fijador, como conglomerado a través del cual puedo sentirme a mí, mi cuerpo y sentirme en casa cuando estoy conmigo. Una mirada que ayuda a desarrollar los tejidos de la musculatura y los huesos. Cuando esta mirada no está, todo acaba creciendo desatado entre sí, sin firmeza ni solidez.

¿Parece extraño verdad? Un niño/a durante los primeros años de vida no tiene la capacidad de verse a sí mismo/a. Sólo puede verse a través de la mirada de sus padres; lo que esos ojos le devuelven rebota en él/a como un espejo. El niño/a ve de sí sólo lo que sus padres pueden ver. Cuanto más mirada hay más sólido se siente ese niño, porque esa es una mirada cemento.

Éste es quizá el mayor drama con el que nos encontramos como personas adultas. Nuestros padres nos han amado pero debido a su historia -a su mochila biográfica-, sus puntos ciegos, a sus prisas y urgencias, no se detuvieron en mirar muchos aspectos de lo que éramos. Y cuando esto ocurre perpetuamos la falta de su mirada en nosotros, no viendo todo lo que somos y sintiéndonos un poco huérfanos y un poco desterrados/as dentro de nuestro cuerpo. La prueba de todo esto es que en la edad adulta no nos sentimos seguros/as en nosotros, no nos podemos auto regular en un terreno que se resquebraja por todos lados y buscamos siempre o casi siempre salvarnos fuera, intentando buscar salvavidas por todo y en todo: relaciones, trabajo… Pero cuando lo que hacemos -o aquellos/as con quienes nos relacionamos- se la relacionamos- desmenuzando entre las manos: ansiedad, dependencias… Porque nada de lo que hacemos acaba siendo libre sino un intento desesperado por auto regularnos.

Mi propuesta es aprender a devolver esa mirada hacia nosotros. Acostumbrar al cerebro a poner la atención en las sensaciones del cuerpo. Cuando hacemos esto de alguna forma le estamos diciendo que este espacio interno es importante y él, poco a poco, va aportando más atención y más neuronas. Y el trabajo emocional más profundo se convierte así en ir construyendo un espacio interno lo suficientemente firme como para que poco a poco podamos aprender a poner alguno de los dos pies y salvarnos dentro, no fuera.